¿SE PUEDE PENSAR SIEMPRE EN DIOS?

En esta vida no, y tampoco conviene hacerlo. A lo que sí se puede llegar en los grados más elevados de la vida espiritual (las séptimas moradas de Santa Teresa de Avila) es a que el corazón arda continuamente con el amor de Dios (a eso hace referencia el título de un libro de San Juan de la Cruz: “Llama de amor viva”). Santa Teresa dirá incluso que, en esa morada, la persona puede llegar a percibir continuamente la presencia de Jesús mientras está en actividad (como si supieras que alguien está en la misma habitación a oscuras), aunque eso no significa que la atención esté siempre dirigida hacia esa presencia, pues otras ocupaciones la pueden absorver.

San Agustín ya se había puesto esta pregunta de una forma similar: ¿cómo podemos orar continuamente? A través del deseo continuo de hacer la voluntad de Dios, deseo que arde en el corazón.

Cuando nuestro tesoro es Jesucristo y nuestro deseo es hacer la voluntad del Padre como él, nuestros pensamientos irán fácilmente hacia Dios; pero en muchas ocasiones no tendremos que desviar nuestra atención de Dios para centrarla sobre su voluntad, es decir, que a menudo tendremos que dejar de pensar en Dios para hacer bien. Esto no es grave, porque hemos de demostrar a Dios nuestro amor sobre todo con nuestros actos, más que con pensamientos o palabras. Por otra parte, la santidad consiste en la unión de nuestra voluntad con la de Dios, por lo tanto, si pensar demasiado en Dios nos impide hacer bien su voluntad, entonces nos alejamos del camino de la santidad.

Sólo podremos pensar permanentemente en Dios en la vida eterna: en esta vida hemos de “olvidarlo” para reencontrarlo en nuestros hermanos y en la misión que El nos encomienda.